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El efecto de la globalización en las lenguas. Entrevista con Louis-Jean Calvet

Entrevista realizada por Anna Quéré

Publicada el 05/07/2017

Traducción: Ivon Lara Vásquez 

El sociolingüista Louis-Jean Calvet se encarga de observar los flujos y reflujos lingüísticos, siguiendo una convicción: no todas las lenguas tienen el mismo valor mercantil. La globalización lleva a la devaluación de algunas lenguas en beneficio de otras.

Louis-Jean Calvet es lingüista. Escribió varios libros, entre los que se encuentran Lingüística y Colonialismo (2002) o El Mediterráneo. Mar de nuestras lenguas [La Méditerranée. Mer de nos langues] (2016). Por medio de su último libro, ¿Cuál es el futuro de las lenguas? Efectos lingüísticos de la globalización [Les Langues : quel avenir ? Les effets linguistiques de la mondialisation], Calvet analiza la situación de las lenguas en un mundo globalizado.

Desde sus primeros trabajos en los años 70, siempre se ha preocupado por estudiar la estrecha relación entre el poder y la lengua. Usted es el creador del término “glotofagia”, ¿podría explicarlo?

Por supuesto, yo había forjado esta palabra bajo el modelo de la antropofagia: la glotofagia es el hecho de “comerse” las lenguas. El título de la traducción alemana de mi libro es de por sí muy explícita: Die Sprachenfresser, “comedores de lenguas”. Con esto quería designar el hecho de que la empresa colonial, para afirmar su supuesta superioridad frente al otro, necesitaba negarlo, en especial a su lengua, necesitaba tragarla para luego expulsarla, calificándola de dialecto o de jerga e incluso haciéndola desaparecer. Digamos que yo analizaba la colonización desde el punto de vista de las lenguas, de la relación entre las lenguas de los colonizadores y las de los colonizados. Pero si yo hubiera sido jurista, habría podido hacer el mismo trabajo sobre las leyes, o sobre las creencias si hubiera sido especialista en religión. En cualquiera de los casos, el discurso y la ideología colonial convertían la diferencia en inferioridad.

 ¿Esta noción aún funciona?

Ante todo, me parece que esta noción conserva una pertinencia científica, ya que explica perfectamente la historia de las lenguas en Francia. Basta con hacer una relectura del informe del abate Grégoire ante la Convención en junio de 1794: él considera que todo lo que se habla en Francia, exceptuando el francés, es jerga y se debe destruir, los considera como “idiomas degenerados” o “pobres” y que deben ser reemplazados con urgencia por el francés. Asistimos al mismo fenómeno frente a las lenguas indígenas, tanto en el norte como en el sur del continente americano, y hoy en China, donde todavía se les llama “dialectos” a las lenguas chinas diferentes al mandarín. Quizás también encontraremos pronto este mismo fenómeno en la relación entre el inglés y las otras grandes lenguas del mundo.

Su libro ¿Cuál es el futuro de las lenguas? Efectos lingüísticos de la globalización acaba de aparecer en la editorial del CNRS. ¿De qué forma la globalización cambia la situación de las “grandes” lenguas y la de las “pequeñas” lenguas?

Ese planteamiento de “grandes lenguas” y “pequeñas lenguas” ya es una respuesta: esto muestra que existen lenguas más importantes que otras, o consideradas como tal. Existe un “mercado de lenguas”, así como hay mercados de flores o de verduras o como hay un mercado monetario: las lenguas se desprecian o se aprecian, tienen un valor o un peso. Así, podemos elegir teóricamente la lengua que nuestros niños van a estudiar en la escuela de una lista más bien larga, pero todos los padres, o casi todos, eligen el inglés y su elección devalúa las otras lenguas propuestas en el sistema escolar. O incluso, cuando los participantes de un coloquio eligen hacer su intervención en inglés y no en su lengua, devalúan su propia lengua, por lo que hay un cierto tipo de avalúo de las lenguas. Así como hay divisas convertibles, como el dólar, el euro o el yen, y otras que nos lo son, hay lenguas que permiten comunicar por todo lado, como el inglés, el español, el francés y hay otras lenguas de uso limitado, local, que no son convertibles. Por lo tanto, hay un valor mercantil de las lenguas. Este es el principal efecto de la globalización sobre los idiomas.

En su libro, usted distingue política lingüística de politología lingüística. ¿Cuál es la diferencia entre estas dos nociones?

Se les llama “politólogos” a los que analizan la política; la politología lingüística es por lo tanto, para mí, la ciencia de los que analizan las políticas lingüísticas. Con esto quiero decir que nuestro trabajo es analizar las situaciones y las intervenciones sobre estas situaciones, proponer instrumentos e imaginar escenarios, para luego poner esto ante los encargados de las decisiones políticas, si algún día deciden intervenir sobre estas situaciones lingüísticas. Lo      que pasa con Francia es un buen ejemplo: por un lado, hay ideólogos de todo el francés, de la concomitancia entre la nacionalidad, la ciudadanía y la lengua: y por el otro lado, militantes de las lenguas regionales, que con frecuencia tienen un discurso comunitarista, casi independentista. Todo esto hay que describirlo desde un punto de vista científico, frio y apartado antes de dar elementos decisivos a las políticas.

Usted se interesa desde el 2010 en el tratamiento estadístico de las lenguas. ¿Estos datos deben ser más utilizados en la planificación lingüística?

De forma general, cualquier discurso sobre una situación lingüística debe basarse en un análisis objetivo de esta situación. Por supuesto que hay sentimientos lingüísticos, fenómenos identitarios e ideologías, pero también hay objetivos que sólo podemos delimitar por medio de encuestas y de un enfoque estadístico. Pues bien, no se puede emprender una política lingüística sin disponer de estos datos. ¿Quién habla qué lenguas?, ¿en qué porcentaje?, ¿quién transmite su lengua a sus hijos? Estas son preguntas fundamentales para conocer una situación en la que se debe intervenir.

¿Se debe establecer una jerarquía de las lenguas o rehusarse a ella?

Cada lengua vale lo mismo que otra en dignidad, y decir que todas las lenguas son iguales es por lo tanto una tautología: todas las lenguas son lenguas. Sin embargo, socialmente, las lenguas no son iguales, no abren las mismas puertas, no ofrecen las mismas oportunidades, no permiten el acceso a las mismas carreras. Es por ello que he trabajado no en una “jerarquía” de las lenguas, sino en lo que yo llamo su “peso”, construyendo, en colaboración con mi hermano Alain, un barómetro, que se puede encontrar en internet, y que “clasifica” las lenguas utilizando diez factores.

¿Cómo contempla la configuración lingüística de mañana?

Uno se puede imaginar diferentes posibilidades de evolución. En primer lugar, las lenguas desaparecen regularmente, pero ese siempre ha sido el caso. ¿Se deben proteger, como se protege un espacio amenazado?, ¿o interrogarse sobre las funciones sociales antes de intervenir? Por otro lado, lenguas (como el inglés, el francés o el español) pueden dialectizarse, tomar formas diferentes en todo el mundo. Finalmente, y quizás sobre todo, el futuro de los diferentes idiomas depende, a mediano plazo, de su lugar en Internet, y la selección corre el riesgo aquí de ser implacable. Si nos basamos en el número de páginas, diez lenguas monopolizan actualmente el “mercado” de la Red, ocupando cerca del 90% del “territorio”. Este es un indicador que no se debe pasar por alto.

Louis-Jean CalvetLes Langues : quel avenir ? Les effets linguistiques de la mondialisation, CNRS, 2017

Enlace del artículo en francés